miércoles, 7 de julio de 2010

Cuentos de viejas: los que no quisimos escuchar



Las mujeres de mi generación aprendimos de chicas a despreciar los consejos de figuras maternas que intentaban traspasarnos la sabiduría de nuestras antepasadas. Aprendimos a reírnos de esas exhortaciones, soberbias y seguras de que éramos más habilosas que las que nos exhortaban, ya que con la píldora teníamos la libertad de abrirnos de piernas con el primer jetón que se nos echase encima y de que aparte de una mínima parte de anatomía masculina, no necesitaríamos de los hombres para mantenernos. Íbamos a ser profesionales independientes, el antónimo de serviles “madres de familia” que transmitían "cuentos de viejas".


Con el tiempo, he conocido mujeres de todo el mundo que admiten a regañadientes que esos “cuentos de vieja”, que abarcaban desde cuánto tiempo se necesita para hervir un huevo duro hasta recetas caseras para curar cólicos menstruales, les han sido tremendamente útiles. Tomemos como ejemplo toda esa etiqueta que rodeaba nuestras salida de casa y que nos parecían reglas de combate más que de cortesía. “¿Fuiste al baño?” “Lleva plata, aunque tu novio (o amiga) diga que va a pagar. ¿Qué tal si se pelean y te dejan botada?” “¿Tienes una toalla sanitaria en la cartera? No vaya a ser que te llegue la regla” “Cuidado con la ropa interior. Mira que si tienes un accidente te van a ver los calzones parchados”.


Y nos quejábamos, y nos enojábamos ante precauciones que creíamos eran maneras de ejercer control sobre nuestra libertad. Y luego las hemos recordado cuando nos hemos encontrado en medio de una carretera, sin un peso para llamar un radio-taxi, con una tarjeta de crédito tan doblada que ningún cajero automático acepta; o cuando en medio de la más romántica de las citas, nos da por orinar y el baño más cercano es el Océano Pacifico. O les pasa lo que a mí, que una mañana entera estuve con las nalgas pegadas al pizarrón, asustada de que mis alumnos cachasen un manchón de sangre que ningún lunar de mi vestido podía disimular.


Me da tristeza saber que en nuestra arrogancia no traspasamos esa sabiduría femenina, parte de un matriarcado clandestino que siempre existió, a las nuevas generaciones. Desde hace tres décadas que a las mujeres ya no se les inculcan reglas de urbanidad para ser “damas” ni se les instruye en quehaceres domestico que las pueden convertir en “esclavas”. Va en contra de la igualdad de sexos el tratar de ubicarlas en roles tradicionales. Por eso ya no se heredan recetas de cocina, ni preparaciones homeopáticas, ni se sabe la diferencia entre el punto cruz y el raglan.


¿Qué heredaron las hijas y nietas de esa primera generación post-pildora? ¿Las leseras que aprendimos en Cosmopolitan? ¿Las fábulas inventadas por feministas perenemente descontentas? Quizás sea hora de desenterrar y examinar los “cuentos de vieja”. A lo mejor entre ellos encontramos la fórmula de la felicidad. Ese sería un buen legado para futuras generaciones

2 comentarios:

Ministro dijo...

Impresionante. Ahora entiendo el actuar de algunas mujeres. Hubo una que en algun momento de mi vida me gusto (mucho tiempo atras) y termino odiandome, a tal nivel que me corre la cara en la calle.

Sospecho que su feminismo histerico, ese que denuncias donde "se siente libre" y una mujer al estilo Paulina Rubio la hizo detestarme

Pobre tontona , cuando se de cuenta que esas "cosas de vieja" que tu ahora ves como importantisimas valen mucho en la vida de una mujer, sera algo tarde

Gracias por esas informaciones intimas femeninas.. Creo que actualmente golpean a muchas mujeres... jovencitas

Violante Cabral dijo...

¿Señor Ministro, ud y una feminista? ¡Qué no lo vean mis ojos! Mire las cosas que se guarda ¿Qué diría nuestro excelentísimo Capitán General?
Yo creo que a las mujeres ya no las educan, pero por ahi hay alguna. Yo conocí en ese "foro innombrable" una niña que era muy doméstica y experta cocinera (su abuelito era de los Nazis de von Maree. ¿tendrá que ver eso? Aunque la nieta nos salió Bacheletista).