lunes, 31 de enero de 2011

La moda del "appeasement" (o por qué no se vale criticar a "The King´s Speech")


Cuando Obama les llora a los países árabes las injusticias cometidas por USA contra de ellos está practicando una política de apaciguamiento. Cuando en Europa se bajan los pantalones con los mencionados países siguen la misma política. Tal como los gestos sumisos de Piñera y su corte por acercarse a la Concertación, que les responde con peñascazos y escupos, pueden calificarse como una “Appeasement Policy”. Es la moda y no incomoda. ¿Entonces por qué se critica que en "The King´s Speech", un filme candidato al Oscar, se oculte que el Rey Jorge VI era partidario de esa política en los días pre-Segunda Guerra Mundial?

Una política de apaciguamiento es un intento de evitar  conflictos  mediante compromisos y soluciones pasivas. En castizo "comprar paz". Por décadas las “appeasement policies” fueron miradas con desprecio, culpándolas del estallido y duración dela Segunda Guerra Mundial. Pero hoy la política de apaciguamiento es usada por Obama para “dialogar” con el mundo árabe que ya hemos visto, con los recientes acontecimientos de Túnez y Egipto, es un polvorín poco confiable. Europa también gusta de esas políticas mediadoras que Zapatero usa en el exterior para tratar con piratas somalíes y  con el Sultán de Marruecos, pero también en su política interior en sus arreglos con nacionalismos periféricos y con ETA.

No podemos criticar mucho porque los presidentes de la Concertación han usado “métodos pacíficos” para solucionar todo conflicto con países vecinos, con el resultado que todos se lavan el popi con nosotros. Y ahora viene Piñera que cree que una política de apaciguamiento le permitirá ganarse la confianza de la Concertación.

A pesar de ser la moda en comportamiento político occidental, hay quien todavía desprecia esas politicas. Así el ex Presidente Uribe de Colombia se negó a emplear políticas de apaciguamiento que fortalecieran al terrorismo de las FARC y todavía el término incomoda cuando se lo asocia con la Segunda Guerra Mundial. Por algo el reconocido periodista y critico literario Christopher Hitchens ha acusado a "The King’s Speech" de inexactitud histórica al no retratar al Rey Jorge VI y su hermano el Duque de Windsor como fascistas y promotores de políticas conciliatorias.


No he visto mas que promos de "El discurso del rey", pero aparte que me parece un filme excelente, en la misma línea que "La locura del Rey Jorge" (científico plebeyo cura a monarca de impedimento físico, etc.), no creo que sea el mejor ejemplo para criticar distorsiones históricas cuando toda pieza de época hoy en día sufre de ese mal. Más me parece que Hitchens, un gran campeón en decir animaladas, quiere ahora atacar a la monarquía británica recordando que el padre de la actual soberana de Inglaterra pudo tener su gotita de culpa en la postergación nefasta de un conflicto con la Alemania Nazi.

Efectivamente, Eduardo VIII, al que la imaginación populachenta del siglo XX consagró en el Hall de la Fama de los grandes enamorados, era fascista y pro-Nazi. La verdadera razón por la cual su familia y su gobierno lo empujaron a abdicar no fue porque les cayera mal la Sra. Simpson (aunque tampoco les caía bien) sino porque entre ambos estaban  complotando hacer una alianza con Alemania y crear un sistema totalitario de gobierno en la Gran Bretaña.


Tras su abdicación en 1937, el ahora Duque de Windsor y su Duquesa partieron (en contra del consejo de políticos y parientes) a Alemania de luna de miel. Allá, el duque se fotografió con altos dignatarios del Reich, visitó a Hitler y hasta levantó la pata haciendo el saludo Nazi. Cuando estalló la guerra, su pobre hermano, cansado de tanta payasada, le ordenó dejar Francia donde se había exilado y lo desterró a Las Bahamas con un cargo  nominal de gobernador.


El caso de Su Majestad Jorge VI es completamente diferente. Era lo opuesto a su hermano en todo. Tal como lo muestran en "El discurso del rey", era un hombre patológicamente tímido, afectado por tartamudez y varios tics nervosos, que jamás quiso ser rey y cuya mayor felicidad era estar con su familia y sus perros. Efectivamente, apoyo las políticas de apaciguamiento de su Primer Ministro Neville Chamberlain y le costó admitir la renuncia del último, más que nada por no cometer una justicia. Porque Chamberlain, que ha pasado a ser un gran villano en este cuento, no inventó la política de apaciguamiento. De hecho, la heredó de sus predecesores Ramsey McDonald y Stanley Baldwin.
Sus Majestades y los Chamberlain


La políticas de apaciguamiento de los años 30’s (y Francia y Estados Unidos las compartían) nacen de una serie de factores que siguen regulando las presentes. Pacifismo o miedo a conflictos, sensación de que al enemigo se le ha tratado injustamente en el pasado, (vale recordar el discurso “Mea Culpa” de Obama en el Cairo hace un par de años) y terror al auge de corrientes políticas que puedan beneficiarse con una guerra.



La corriente pacifista nació el mismo día del armisticio en noviembre de 1918. Europa, semi destruida, con la mitad de su población masculina muerta o invalida, juró no volver a sufrir una guerra tan sanguinaria, por algo se la llamó “la guerra que terminaría con todas las guerras”. Sir Oswald Mosley fundador de la Unión de Fascistas Británicos era un veterano que había quedado cojo sirviendo en la aviación. Tanto el Duque de Windsor como El Rey habían servido en el Frente Occidental y visto de cerca la masacre. Pero no se necesitaba ser aristócrata para ser pacifista. El movimiento que abarcaría todas las clases sociales había iniciado irónicamente en Alemania en la Republica de Weimar y de ahí se extendió a Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

Se aunaba al miedo a otro conflicto bélico, la certeza de que el Tratado de Versalles había impuesto reparaciones injustas e imposibles a Alemania. Ya por los años 20’s se la veía,   no como el enemigo de antaño sino como una pobre victima (si hubo una victima del Tratado de Versalles fue Italia y era vencedora). A inicios de los 30’s, se invitó a Alemania ser parte de La Liga de las Naciones (precursora igualmente inepta de la ONU) y a formar parte de la Gran Conferencia  de Desarme. Tal como hoy, se creía que el desarme evitaría guerras futuras. Un año más tarde los Nazis eran el gobierno alemán. Toda mención de pacifismo pasó a ser peligrosa en el Reich, y en octubre de ese año Alemania se retiró de la Conferencia de Desarme.

Sin embargo, el pacifismo no murió. En agosto del ‘33 tuvo lugar una gran conferencia pacifista en Ámsterdam. Todo el evento estuvo orientado hacia la Izquierda y, como nota Robert Graves en su The Long Weekend: A social history of Great Britain 1918-1939 (El largo fin de semana: una historia social de Gran Bretaña. 1918-1939), su retórica y eslóganes eran tan violentos que el pacifismo pasaba a ser “un poder militante en vez de un deseo”.

Para la década de los Treinta, se agregaba al mal recuerdo de la Gran Guerra, los problemas de la Gran Depresión que conllevaba una sensación de que la democracia y el capitalismo habían fracasado. En ambos lados del Atlántico, se puso  de moda apoyar a una u otra corriente totalitaria: comunismo o fascismo/nazismo. Si  muchas políticas de apaciguamiento del presente se basan en el concepto del “mal menor” y en miedo a un auge de la Derecha, entonces existía un terror de un segmento de la población a las Hordas Rojas y se creía que los gobiernos fascistas principalmente el Tercer Reich servían de barrera contra el comunismo. Curiosamente, mucha gente sensata militaba en la Izquierda porque le tenían terror al fascismo.

Todas estas tendencias ayudarían a perpetuar políticas de apaciguamiento que permitirían que Hitler se zampase Austria y Checoeslovaquia, y atacara a Polonia. Muy a regañadientes, Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania en 1939 forzados por tratados con Polonia. Antes de que sus panzers cruzaran la frontera, Hitler, muy habilosamente se alió… ¡con la Rusia Comunista! De pronto, tanto los que lo veían como bastión anticomunista como los que creían que el marxismo era el peor enemigo del fascismo quedaron como tontos irresponsables.

 

Hoy en día, estrategas militares e historiadores nos cuentan que de no ser por las políticas de apaciguamiento, las potencias bien pudieron ponerle un buen “párale”  a Hitler (como lo hizo Mussolini el ‘34 después del asesinato de Dollfuss en Austria) y se hubiera evitado la Segunda Guerra Mundial. Hitler antes del ‘39 (posiblemente antes del blitzkrieg del ‘40) no tenía un ejército equipado para una guerra larga. Al final con sus políticas supinas, las potencias occidentales solo consiguieron tener otra guerra mundial. ¿Cuál será el resultado de nuestras actuales políticas de apaciguamiento?

2 comentarios:

JAVIER HAUSLER DE ARGENTINA dijo...

Muy bueno el comentario !!!.

Promover gobiernos como los de Irán o Venezuela facilita la venta de armas a los países vecinos.

Violante Cabral dijo...

Y ya ves lo que pasa con promoverlos. A Irán cuando le pegue en gana cierra el Estrecho de Ormuz.