sábado, 9 de octubre de 2010

Impaciencia, el nombre de pila del Diablo: la tragedia de vivir de prisa


Como la gran parte de los chilenos, me he pasado del día comiéndome las uñas pensando en los mineros y en su cercano rescate. Si la impaciencia me consume a mí ¿cómo estarán ellos y sus familias? Es curiosa esta agitación, porque la gran lección que nos han dado los 33 y su gente del Campamento Esperanza es el valor de la paciencia que se conjuga con amor y se vuelve sinónimo de fe.

Hace unos años, un sacerdote me dijo que el nombre de pila del Diablo era “prisa” puesto que ésta nos obligaba caer en dos estados que mucho alegraban al Coludo, la impulsividad y la impaciencia. La primera nos empujaba a cometer acciones perjudiciales, la segunda nos hacia caer en el pecado de la desesperación.

“El pecado de Judas”, me explicaba el mismo sacerdote,” no fue traicionar a Jesús, puesto que antes de convertirse en santos y mártires, San Pedro negó a Cristo y San Pablo persiguió con saña a los cristianos. El pecado fue caer en la desesperación y tomar una acción impulsiva: quitarse la vida”.

Soy la primera en desesperarme. No puedo evitarlo. Mi trabajo me somete a presiones perpetuas en la que jefes impacientes exigen material constantemente y en tiempo record. Hasta hace poco, yo había condicionado mi vida a ese ritmo, lo que me hacia sentir vieja, acabada e insatisfecha. Creo que es una enfermedad que nos aflige a muchos. Nos exigimos continuas metas, y al no alcanzarlas en el tiempo deseado, nos sentimos frustrados e inútiles.

No voy a dar un sermón de esos que se encuentran en librillos de autoayuda. Estoy muy lejos de haber encontrado el secreto de la vida, pero sé que en él no juegan ningún rol ni la prisa ni la impaciencia. Vivimos apremiados por un reloj ficticio, sin detenernos a medir las consecuencias de nuestras acciones, ni a admirar los cambios positivos que nos rodean. Solo los recordamos cuando ya son parte de nuestra historia. Pero tal como vivimos apurados, también exigimos a los que amamos que se apuren sin darnos cuenta que lo ideal es disfrutar de los momentos compartidos, aun cuando sean breves, del hoy que nos permite estar juntos. No de las leseras que hicimos ayer ni de la incertidumbre del mañana.

Siempre se ha dicho que los jóvenes viven “a la rápida”, que se apresuran demasiado en crecer. ¡Oh sorpresa! Los viejos también viven sus emociones de manera impulsiva e impaciente. Pasados los 50, los años pasan con una velocidad increíble. Yo no sé donde se fue el 2010. Parece anteayer que celebrábamos el triunfo de Piñera y ayer lo del terremoto.

Los jóvenes viven de carrera porque temen llegar a viejos. Hay viejos que viven de carrera por temor a morir sin haberlo vivido todo. Es un absurdo, puesto que toda edad debería ser saboreada con calma, sin aspiraciones ni temores que nos impidan gozar de cada instante y de quien quiere compartirlos con nosotros.


Siento una gran admiración por los habitantes del Campamento Esperanza que han permanecido firmes, a pesar de que la procesión va por dentro. ¿Cómo se vive este martirio sin caer en la desesperación, sin tirar la toalla, sin amargarse y renegar de todos los factores y poderes que se han confabulado para provocar esta desgracia? Pues tal como lo viven en subterra sus familiares y seres queridos. Aunque parezca cruel, tanto los mineros como sus familias han aprendido un secreto vital, a vivir día a día, a agradecer estar vivos, a cosechar paciencia, a no tomar decisiones a tontas y a locas.



¿Tenemos nosotros que encerrarnos en una cueva o sentarnos a esperar un milagro para poder aprender a ser pacientes, a no desmoralizarnos por lo que no tiene remedio o cuya solución no está al alcance de nuestra mano? Tal vez así organizaríamos nuestras prioridades, nos daríamos un espacio, valoraríamos nuestras relaciones y apreciaríamos las virtudes de nuestros seres queridos.



Hoy alguien me dijo que hay que darle tiempo a Piñera y a su gobierno para que imponga cambios en nuestra sociedad y que dejemos de sentir que seguimos siendo presas de los errores de la Concertación. Es cierto, el hombre no cumple todavía un año con la banda presidencial puesta. Hay que darle el beneficio de la duda. No es como Obama o Zapatero que bien sabemos son capaces de cambiar un país para mal y hacer desdichados a sus habitantes. Con Tatán todavía tenemos la esperanza de que haga lo contrario.

Lo peor de la impaciencia es que mata la esperanza. Sin esperanza no hay nada bueno, ni siquiera el amor. Mal entendemos el término “esperanza” confundiéndola con “planificar”. Esperar es simplemente desear que mañana sea mejor o tan bueno como hoy, pero para eso debemos darnos tiempo para apreciar el hoy que puede estar cargado de sorpresas maravillosas y de regalos inesperados.

Creo que el primer paso para aprender a tener fe y evitar congojas es reconocer todo y a todos los que impiden que caigamos en la negra noche de la desesperación. Comienzo agradeciendo a los pilares de mi existencia, pidiéndoles que sigan ahí firmes mientras yo esté atrapada en mi mina personal, y que no se impacienten porque nos separe un océano o una tormenta afecte nuestros correos electrónicos.

4 comentarios:

Ruy dijo...

Buenos días,Dª Violante, permíteme
ausentarme del tuteo, creo que tu exposición merece la más alta consideración.
No sé cuanto tiempo llevas sobre la tierra (No me importa) pero maravilla comprobar como averiguas
las claves de la existencia y con cuanto acierto, a mi parecer.
Mis años me demostraron que la prisa es enemiga de las cosas bien hechas.
Hubo un tiempo que circulaba por estos pagos una frase: "Sin prisa,
pero sin pausa". Es un buen resumen.
Gracias una vez más.
La paz sea contigo.

Violante Cabral dijo...

Y contigo.
No oculto que desde hace un mes tengo 51 años, pero como dice el cliché "la edad se lleva en el corazón".
Por ejemplo hace tres meses yo me sentía de 80 precisamente porque vivía tan de prisa que los días pasaban volando y se perdían oportunidades.

Blanch dijo...

No sé si será exclusivo de esta época, pero tal pareciera que precisamente en estos tiempos es cuando más nos ha dado por vivir de prisa.

Finalmente todo parece tan inmediato: puedes calentar tu comida en segundos con tan solo oprimir un botón, lo mismos que ver miles de imágenes al día en la tv o enviar mensajes a personas distantes en menos de un tris.

Todo es tan rápido que en ocasiones quisiéramos que todo en nuestra vida sea igual de veloz.

Violante Cabral dijo...

Lo malo es cuando vivimos lo que nos hace o creemos nos hace felices con esa velocidad. Entonces no sabemos como o por que se termina esa felicidad.