sábado, 14 de agosto de 2010
Cuentos de mapachitas: o la ineficacia de la corrección política
A los 30 años cambié de carrera. Dejé atrás las Letras y me interné en los recovecos de la Bibliotecología. Fue ahí donde descubrí un término rimbombante llamado “políticamente correcto”.
A diferencia de Chile, donde optan por la bibliotecología los que más bajo puntaje sacan en la PCU, en USA es una carrera tan respetable que solo se estudia como posgrado. Quienes quieran optar por ser bibliotecarios académicos, deben, al menos en mi Facultad, tener otro posgrado, y hablar, mínimo, dos idiomas. Una de las cosas que más me impresionó al entrar a la carrera fue la sapiencia de mis compañeros. Otra, fue su obsesión por lo que llamábamos PC.
Mi primer encuentro con la corrección política se dio de la siguiente manera. Nos pidieron en una clase que fuésemos a la sección infantil de la biblioteca de nuestro barrio y seleccionáramos un libro que no debería ser parte de la colección. Debíamos hacer un informe sobre las razones por la cual ese material no debería estar al alcance de los pequeños y exponerlo ante la clase.
Mi amiga N. y yo éramos nuevas en este mundo, por lo que nos alegró que otra pasase al estrado antes que nosotras. Recuerdo a la compañera que comenzó la exposición. Era una mujer de edad mediana, de aspecto severo, un poco masculino, gris de ropa y de faz, un color que aprendí a asociar con el mundo PC.
Antes de comenzar su charla, no enseñó el libro ofensivo. Era uno de esos libritos de cuentos que se les lee a los niños antes que aprendan a leer. Pequeño, cuadrado con una ilustración en la portada que representaba a una pareja de mapaches vestidos de humanos. La mujer comenzó a hablar con gran vigor, mientras daba vuelta las páginas para enseñarnos las infamantes ilustraciones.
Nell y yo intercambiábamos miradas. ¿Qué había de ofensivo en el cuento de Papá Mapache, Mamá Mapache y sus mapachitos? Según la oradora, el pecado residía en que de siete mapachitos, solo dos eran hembras. Me quedé de una pieza. Peor sería que fueran siete varones. Quizás el último se convertiría en lobo en la luna llena.
La individua seguía encontrando faltas en la obra. Mientras sus hermanos eran caracterizados pescando, sacando agua del pozo y partiendo leña; las mapachitas estaban en la cocina o lavando ropa. ¡Eso era inconcebible! Ese libro no solo debía ser desterrado a patadas de la biblioteca. Además debían quemarlo en la plaza pública. Esperé a oír risotadas y protestas. Nada, silencio absoluto. Miré a la profesora. Esta asentía con expresión preocupada como si su alumna tuviera en la mano una edición de Playboy para pedófilos.
Poco a poco, oí voces a mi alrededor que concordaban con la postura de la presentadora. Según ellas, era triste que a fines del siglo XX, la literatura infantil insistiese en retratar a las mujeres en actividades tradicionales, eso daba un pésimo mensaje a las niñas. ¿Cómo se podía esperar que los varoncitos respetasen a las niñas, si hasta en los cuentos ellas eran presencias secundarias y sumisas?
Después de clase, N. y yo corrimos a la cafetería más cercana, pero lejos de los oídos de los abogados de la corrección política, y discutimos lo que acabábamos de oír. Estábamos totalmente de acuerdo que igualdad y respeto no se ganaban con un aumento de la población de mapachitas, ni que el machismo se suprimiese con lecturas que mostrasen mujeres que no sabían cocinar, pero también comprendíamos que era una guerra ya ganada por los PCs.
“¿Te fijaste en una cosa?” me preguntó N. “Ninguno de los hombres en clase participó en la discusión”.
“Si no estaban de acuerdo, ¿por qué no dijeron algo en contra?”
“No es eso,” me dijo mi amiga. “Ceo que se sintieron…amenazados”.
En ese momento no le creí, después comprendí que efectivamente había algo que cohibía a los hombres de participar en esa discusión. No eran todos machistas, ni estaban en desacuerdo, pero la virulencia de la exposición los hacia sentirse censurados y provocados
Peor que demonizar a una minoría, es victimizarla, porque lo último equivale a acusar de verdugos a quienes no pertenecen a ésta. Como toda mi generación vi la miniserie “Roots” (Raíces) y lloré por los pobres esclavos, pero también tuve la incomoda sensación de que la serie intimaba que todos los blancos éramos culpable de esa tragedia.
Es como amigos Gentiles que se quejan de la “aburrida victimización” que notan en las películas sobre el Holocausto, que incluso tienen hasta “música de victimas”. Es cierto, porque la industria fílmica sigue enfocando el Holocausto desde una sola perspectiva. Es por eso que las grandes joyas del género (la lista de Schindler, Sophie´s choice, o El jardín de los Fintzi Contini) se alejan del cliché que termina alienando al espectador y provoca irritación por esos judíos llorones que se creen que por lo que les hicieron a ellos, pueden pisotear a pobres inocentes palestinos con ojos de Bambi.
La sobreexposición de la minoría y la imposición de no sentir prejuicios en contra de ésta (los factores omnipresentes en el pensamiento políticamente correcto) están profundamente erradas. ¿Se ha suprimido la homofobia por llamárseles “gay” a los homosexuales? ¿Tratan mejor a los latinos en USA porque ya no les dicen “hispanos”? Esos juegos semánticos son ridículos y nocivos.
Es como una maestra que decía: “No puedes esperar que un hombre te considere una igual si insistes en que te abra la puerta”. Yo visualizaba a Isabel I de Inglaterra pisando la capa de Sir Walter Raleigh y pensaba “¿Por qué no? Lo cortés no quita lo valiente”. Yo no quería ser considerada una igual. Al final no lo somos. Parimos, menstruamos, orinamos sentadas, eso no nos hace inferiores, pero no nos iguala. Lo que yo quería era ser adorada.
Cuando estaba recién llegado a USA en los 70’s, mi pobre padre le abrió la puerta a una colega que le escupió una diatriba en la cara sobre la igualdad de los sexos. Mi Pa sigue abriendo puertas a las damas, pero odia a las feministas.
Volviendo a las mapachitas. No solo las feministas insisten en la inclusión de mujeres en historias de machos. El Lobby Gay también anda detrás de toda serie de televisión que no incluya personajes o parejas homosexuales. Se dice que por años presionaron a “Lost” para que incluyera un gay entre los pasajeros del Vuelo 316. Mis respetos a los productores por no doblegarse ante el chantaje de lo políticamente correcto.
En las tribus afganas, las mujeres cortan leña, pescan peces, y sacan agua del pozo, y eso no impide que sus hombres les corten la nariz o les den de latigazos. ¿Tener más mujeres en una serie impedirá el auge del femicidio? No lo creo. No sé como se erradica el machismo en los hombres. Más me importa saber como erradicar el machismo en las mujeres. Pero estoy segura que no se logra nada teniendo más mapachitas que mapachitos en cuentos.
Hace unos años, escribí una reseña para una revista sobre una serie llena de mujeres que no se comportaban como tal. Incluí un párrafo en el que decía que la razón por la cual los hombres veían “The L Word” no era por apoyar a las lesbianas y su modo de vida, sino porque les gustaba ver mujeres desnudas, manoseándose y besándose. Ese párrafo me lo censuraron. No era políticamente correcto.
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6 comentarios:
Excelente relato y mejor mensaje. Los activismos y militancias extremas se nutren de simbolismos para sustituir un contenido de muy poco calado. A causa de ello es que normalmente terminan haciéndole un flaco favor a sus "causas" y a quienes supuestamente pretenden beneficiar.
Muchas veces "las nobles causas" son una buena manera de infligir mucho daño con la conciencia limpia.
¿Es que hay militancia que no sea extrema? Pareciera que el idealsmo en vez de mejorar a las personas las hiciera más emmpeñadas en ponerle la pata encima al prójimo. Porque en lo que deviene la imposición de la corrección politica es en la necesidad de dominar y manipular a la gente.
Violante: Descubro tu blog a través
de Cuadernos de Arena.
Sorprendidoe e impresionado por tus clarividentes , exposiciones con las que estoy enteramente de acuerdo y a las que en adelante me obligo a leer.
Adelante.Afectuosos saludos.
Saludos a ti y bienvenido.
muy bueno. Me alegro servir de sherpa para algunos.
¡Me quitaste las palabras de la boca!
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