¿Hubo Fiestas Patrias el 73? Creo que no, no lo recuerdo. Fue un mes tan extraordinario. Más me acuerdo de los cuatro Generales en el Festival de Viña, los “Hermanos Coraje” como los apodó Bigote Arrocet. Hoy mientras presenciaba la Revista Naval en este último día del Bicentenario, me acordé del 11 de septiembre de 1973.
El que haya expresado mi perplejidad ante una celebración cuya causa nadie conoce o entiende, no quiere decir que desprecie los festejos del Bicentenario. Cualquier cosa que proporcione una sana alegría a la gente, merece respeto. Lamentablemente este año, las festividades coincidieron con el ayuno de Yom Kippur; ayer ocupada en cosas que no debía, me perdí el desfile, pero por suerte tengo esta terraza que da al mar y no hubo manera de evitar gozar del espectáculo aeromarítimo de hoy.
Estuvimos con mi Nana desde la once observando primero el despliegue de la FACH, las escuadrillas de acrobacia “Halcones”, las de helicópteros que cuando sobrevolaban Concón ya parecían parvada de pelicanos. Finalmente, pasado el mediodía, se asomaron desde Valparaíso, los navíos. 300 dice que pasaron. 26 buques de guerra, 21 de ellos nuestros. Dejé de contarlos, sólo los veía pasar como en un carrusel, cruzando la bahía y desapareciendo más allá de la península de Quintero.
Yo que soy una ignorante en barcos, y que apenas reconozco la diferencia entre una fragata y un trasatlántico, no pude permanecer insensible ante la majestuosidad del espectáculo, ayudada por la belleza del paisaje, para mí el más hermoso del mundo. Los chilenos queremos nuestro país por muchas razones. Cada uno tiene su motivo y manera particular de amar nuestra tierra. La mía es un eterno romance con el paisaje, con el mar sobre todo. Amo esta loca geografía, como la llamó Benjamín Subercaseaux, y hoy barcos y aviones eran parte de ella.
Mientras miraba los diferentes navíos, pensaba en mucha gente. En Lord Cochrane, el mercenario escoses que vino a Chile a ayudar a independizarnos y que fue la inspiración para que el novelista Patrick O’Brien creara a Jack Aubrey, héroe de su serie de novelas marítimas, y que Russell Crowe diera vida en Master and Commander.
Pensé en Arturo Prat, el hombre más valiente de Chile, y en el Almirante Merino y, de vuelta al 11, en los soldados, marinos y carabineros que cayeron ese día, y que sólo sus familias recuerdan. Hoy los recordé junto a otros símbolos de ese día como la Dama Blanca siempre tan galana, y que muchos únicamente ven como un símbolo de tortura.
No, ya sé que fue lo que más me recordó el 11. Un jet supersónico que se dio vueltas y vueltas por sobre la bahía, asustando a los perros y haciendo temblar los vidrios. Me recordó otro avión, no a chorro, no un jet. Un avión simple, sin apellido, que a media mañana, el 11 de septiembre sobrevoló mi casa.
Yo había despertado como todos los días de ese invierno en que no íbamos al colegio por temor a francotiradores y disturbios. Mi Nana que dormía en mi dormitorio no estaba. Se había levantado de madrugada para ir a pararse en las interminables colas que eran la ocupación cotidiana de tantos en esos días de un Chile desabastecido.
Como a las 10am, alguien tocó la puerta. Fui a ver. Era una amiga de la casa, que me avisó que la calle estaba llena de “pacos y milicos” y que no saliéramos. Subí al dormitorio de mi hermano y le dije: “Ya empezó”. Recuerdo que tenía hormiguitas en la sangre. Era lo que habíamos esperado por tanto tiempo, pero como suele ocurrir con lo muy ansiado se sentía anti climático. Fui a ver a mi mamá y le conté. En su cara, y por su tranquilidad, supe que ella sabía. ¡¡Y no nos había contado nada! En mi casa, las cosas no eran como ahora. Los hijos no cuestionaban a los padres, pero me irritó su falta de confianza…en eso llegó el avión.
Era un avión humilde, no muy grande, pero para mi era un pterodáctilo. Tenía un altavoz desde el cual alertó a la población a permanecer tranquila y en sus casas. Comprendo ahora que había un gran sector de la población que no quería estar en sus casas y que no podía estar tranquilo, pero a mis trece años y lectora ávida del tema de la Segunda Guerra Mundial, un avión volando sobe la casa sólo significaba una cosa. Iba a bombardearnos.
Hasta el día de hoy no sé de donde saqué tamaña idiotez. Pero con la cabeza llena de imágenes del Blitz, arrastré a mi hermano al pasillo, tan largo que lo usábamos de pista de patinaje. Recordaba de un libro de primeros auxilios indicaciones para un bombardeo que incluían alejarse de ventanas y ponerse bajo una mesa. Como no había mesa, metí a mi hermano en la parte baja de un bibliotecario empotrado en la pared.
A sus once años, mi hermano era muy valiente e independiente (fue el único de la familia que se atrevió a desafiar el toque de queda) y si aceptó mis indicaciones fue nada más porque me vio tan alterada. Mi mamá apareció en el pasillo muy enojada. Nos tiró de las orejas a ambos (era de esas que creía que había que castigar a los hijos por igual, aun a los inocentes) y me endilgó un par de epítetos muy bonitos. No estoy segura de si me dijo “vende patrias” o “agente provocadora”. “Alharaca” si me dijo. Agregó que no había nada que temer. “Hoy, Chile es libre” anunció y se fue a cargar el revolver que siempre guardaba en el closet.
“Hoy, Chile es libre”. ¿Lo ha sido alguna vez? ¿Lo es hoy? Esas son preguntas que sólo tendrán respuesta en el Tricentenario.
¿Alguien se acuerda si hubo Fiestas Patrias el 73? Si no las hubo, es una lástima, fue el año más apropiado para celebrarlas.
2 comentarios:
Aunque ando materialmente sin tiempo, no quería dejar pasar este artículo sin comentarte algunas cosas.
En primer lugar: Te envidio. Te envidio por haber podido vivir un momento de dignidad nacional tan grande como aquel. Toda persona honrada debería vivir, al menos una vez en la vida, la destrucción en su patria del terror rojo; socialista y comunista.
En segundo lugar: Siento vergüenza; mi momento histórico patrio no pasa de ser una anécdota: una representación de opereta mal ejecutada; a destiempo y de mala manera. Hablo, claro, de la payasada de Tejero y su 23-F. Si bien tengo algunos recuerdos divertidos de aquello (yo tenía, en aquel momento, un padre redactor jefe de un periódico y un abuelo alcalde del partido comunista) lo único que vale la pena recordar es el tamaño de las gónadas del Capitán General Gutierrez Mellado. Poco botín histórico me llevo.
Y en tercer y último lugar, pero no por ello menos importante: siento la necesidad de felicitarte por tu declaración que va implícita en tu artículo y que denota algo que algunos ya sabíamos: tu valentía.
Enhorabuena.
Antes que todo, te agradezco que te tomes tu tiempo de venir a visitarnos. Ya tu señora me explico lo ocupados que están.
A pesar de los muertos, a pesar de los desaciertos, fue un momento de dignidad nacida dela desesperación.
Me has hecho ver que uno solo reconoce la pérdida de la dignidad nacional cuando la ha visto a ésta de cerca. Hay gente en este mundo que por juventud (y no solo en Chile) no sabe lo que es eso.
¿Valentía? Soy la mujer más cobarde y estúpida del mundo. Pero si he conocido valientes. Ya no quedan muchos de esos... Cuando ya se llega a una edad como la mía (y cumplí 51 ayer) no es valentía contar lo que se ha vuelto historia. Bueno, no la historia oficial de Chile, pero la historia de unos pocos.
Y como siempre te agradezco que compartas conmigo tu historia.
Publicar un comentario